Luis Carlos Díaz: Lo que pasa en Venezuela “no me sorprende”

Luis Carlos Díaz: Lo que pasa en Venezuela “no me sorprende”

Uno de los lugares comunes más extraños en Venezuela es la necesidad de decir que un abuso del poder “no sorprende”. Es como si hubiese un premio o si pusieran una estrellita en la frente por no sorprenderse frente a una violación de derechos, por no sentir que se altera la vida ante un ataque estatal. Dice que “es una raya más para un tigre”, es un continuo en la quiebra y caída de un país. El hermano gemelo de eso es el “¿Qué esperabas?”.

Antes lo veía mal, porque mostraban una superioridad absurda y un cinismo frente al empeoramiento de condiciones que desligaba a la gente que lo decía del daño que recibían todos. Es como su divorcio de la masa, de lo que le pasaba “a los demás” porque los no-sorprendidos se creen inmunes a lo que ocurre.





La realidad es otra.

Esas frases son “estrategias de afrontamiento” (coping). Son una conducta para lidiar con nuevas demandas internas y externas de la realidad, con conflictos acumulados, que, según los psicólogos y expertos en estrés, “exceden los recursos de la persona”. Resumido: son una forma de enfrentar lo que te sobrepasa para mitigar las nuevas amenazas.

Así que sí. Hasta los no-sorprendido-por-nada están dañados. Los que se comportan como si vinieran de vuelta de todos los problemas, en realidad tienen problemas que los sobrepasan. Viven la misma incertidumbre que los demás, pero tratan de desviarla con un método facilón y adormecedor que tiene un riesgo: la naturalización de los crímenes, la normalización del autoritarismo.

Eso ocurre por costumbre, por miedo, por reacomodo, paralización, inhibición, desesperanza aprendida, negación… Por muchas cosas. Es una forma de anestesia para navegar el dolor.

Pero hace daño. La no-sorpresa, la minimización de la gravedad, también deja marcas personales y nos fractura como colectivo, porque se generan aislamientos, burbujas falsas y placenteras en las que todas las cosas feas que pasan son válidas y aceptadas porque ya nos ha pasado mucho y estamos saturados, sobrepasados, sin capacidad para procesar el horror y la persecución.

Una recomendación sencilla para no acumular daño, caer en el cinismo ni terminar trabajando para el autoritarismo lavándole la cara, es dejarse afectar por las cosas, dejarse sorprender, indignarse algo, aunque sea un poquito. Es bueno aceptar que no controlamos todo. A eso se le puede sumar escuchar el miedo de los demás, sus propias incertidumbres, sus sorpresas genuinas. Y eso es útil porque lejos de sobrecargarnos aún más, sirve para intercambiar también otros métodos de resistencia y fortalecer comunidades con sentido común, porque sentimos y porque compartimos.

Incluso cuando se conoce el comportamiento de la bestia, hay que saber actuar frente a ella. Su normalización solo le genera más impunidad y reduce nuestra capacidad de respuesta, porque nos hacemos menos creativos. Perdemos referencias y eso es grave porque la brújula es la dignidad, que no debe perderse.

Si de verdad todo fuese tan predecible, hubiese menos víctimas y se publicarían los titulares de la semana que viene hoy.

Así que es mejor trabajar nuevas estrategias de afrontamiento y nuevas formas de movernos en un escenario. Hoy se impulsan desde distintos frentes la oscuridad y la esperanza. Con ambas hay que saber lidiar.