Las tres piedras que le quedan a la tiranía

Las tres piedras que le quedan a la tiranía

El proceso del 28 de julio no puede ser llamado “elección”, pues este concepto no solo implica la participación de electores, sino la existencia de garantías técnicas y políticas que permitan transformar la selección de la mayoría en una decisión implementada, un principio de transitividad que está plenamente obstaculizado por el autoritarismo.

Por laldea.site





Ante esa premisa, reviste particular importancia el ejercicio proyectivo frente a una coyuntura que, aunque distante de un sufragio en condiciones, representa una oportunidad factible de canalización de la expectativa de cambio.

Dados los tiempos y sucesos que configuran el actual sistema relacional político en Venezuela, los lapsos se hacen paulatinamente estrechos para un autoritarismo cuya salida es su mayor costo en la matriz de juego. La dictadura se ve entonces obligada a reaccionar tal como los modelos predictivos han sugerido antes, con un restringido margen de maniobra reducido a tres posibles tácticas a continuación observadas, todas ellas dirigidas a instrumentar su estrategia de anular en la posibilidad de cambio político por vía del voto.

Las alternativas del régimen

Táctica #1: El blanco único

Esperar que la candidatura unitaria ejerza su atracción gravitatoria sobre las iniciativas opositoras, agrupándolas de forma natural según la lógica aritmética de suma de esfuerzos ante el enemigo común, consolidando a la amplia mayoría de los factores democráticos en un blanco único.

Una vez completada la unificación de la amenaza sobre la continuidad dictatorial en las figuras del candidato y las tarjetas que lo respaldan, estos factores estructurales de la opción factible de cambio pasarían a ser el punto de concentración de esfuerzos sobre el que serían aplicadas las diversas deformaciones procesales históricamente practicadas por el régimen, consumándose en este caso, poco antes del proceso del 28 de julio.

Táctica #2: La excepción artificial

El régimen se ha dedicado recientemente a implantar una serie de variables artificiales de perturbación del sistema, con la finalidad de justificar por anticipado su acostumbrado; y obligado por las circunstancias de riesgo que atraviesa; proceder autoritario. Ante la necesidad de un andamiaje que sirva de coartada discursiva a sus maniobras en el futuro inmediato, la dictadura ha reactivado la factoría de enemigos internos y externos, con el objeto de recomponer su catálogo de espejismos útiles.

Primero echaron mano del comodín del chovinismo, confeccionando la “amenaza” de un enemigo territorial externo, método históricamente trillado por muchos autoritarismos, buscando recomponer su aprobación mediante el axioma moral de “defender a la patria”, lo que no es funcional en contextos de amplio y público rechazo como el que hoy experimenta el régimen que secuestra el poder.

Paralelamente el aparato comunicacional autoritario rescató en repetidas oportunidades su fantasma predilecto, constituido en inminentes ataques sobre el dictador que; como la historia ha comprobado; terminan siendo siempre delirios conspirativos al servicio de la distorsión de la realidad.

Ambos esfuerzos, así como los que vendrán, tienen por objeto inducir el enrarecimiento del escenario, al punto de argumentar condiciones de excepción que sustenten un traslado del proceso de su actual fecha programada a una indeterminada en el futuro.

Táctica #3: La ficción electoral

La dictadura finge una aparente inacción dejando discurrir el tiempo hasta la fecha del evento, exhibiendo algunos espasmos totalitarios que hagan verosímil el pasivo acecho en el trayecto y desactivando progresivamente las ya casi inexistentes condiciones electorales, para finalmente intervenir de forma directa sobre los comicios en un caos que le permite compensar su evidente déficit de votos con un ventajismo procedimental conocido por el mundo, teniendo ello tres propósitos tácticos:

– Recomponer parcialmente su máscara demócrata ante la comunidad internacional, implementando el discurso normalizador apoyado en el agotamiento de una comunidad internacional sometida a múltiples tensiones globales, que la predisponen a la búsqueda de “estabilidad” regional.

– Desestimar de forma definitiva los incumplidos acuerdos del pasado y la inexistencia de sus consecuencias políticas, comerciales y personales.

– Desactivar por vía de hecho la amenaza real que hoy representa para el régimen la candidatura unitaria, al ser un factor inoperante si es desplazado a un marco distinto al electoral.

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