Los crímenes del “carnicero panadero”, el asesino serial que cazaba a sus víctimas como a animales en el bosque

Los crímenes del “carnicero panadero”, el asesino serial que cazaba a sus víctimas como a animales en el bosque

Robert Hansen era panadero, tenía dos hijos y practicaba caza. Pero detrás del buen vecino se escondía un monstruo

 

La noche del 13 de junio de 1983, el transportista Robert Yount, que circulaba por una ruta de las afueras de Anchorage, en Alaska, vio a una chica joven que le hacía señas desesperada para que parara. Se detuvo y le ofreció llevarla a la comisaría, pero la chica le rogó que no, que la dejara en el Big Timber Motel, que desde allí llamaría a su novio para que fuera a buscarla.

Por infobae.com

El conductor aceptó para evitar problemas con la chica, que traía unas esposas colgando de una mano y la ropa hecha pedazos como si hubieran intentado arrancársela, pero inmediatamente después le avisó a la policía. Cuando el oficial Gregg Baker llegó al Big Timber Motel, la mujer aún llevaba las esposas puestas y, después de algunas evasivas, le contó una historia casi imposible de creer.

La chica se llamaba Cindy Paulson, tenía 17 años, y dijo que había sido abordada en la calle por un tipo bajo, flaco y pelirrojo que le ofreció 200 dólares para que le hiciera sexo oral en un rincón oscuro. Contó que estaban en eso cuando el tipo la esposó y la amenazó con una pistola. La obligó a subir a un auto y la llevó a una casa en el barrio de Muldoon. Ahí, la violó y en un momento dado le introdujo el mango de un martillo por la vagina.

Hasta ese momento, el oficial Baker no había escuchado nada extraño: un caso más de violación de una prostituta en Alaska, donde si había cosas que abundaban eran las prostitutas, los mineros violentos y las violaciones.

Pero, de pronto, la historia de Cindy empezó a transitar un camino extraño. Después de violarla, el tipo la obligó a subir de nuevo al auto y la llevó a un descampado donde había una avioneta. Le dijo que volarían hasta su cabaña, en medio del bosque.

Pero el pelirrojo se descuidó un momento y Cindy pudo escapar corriendo hasta el camino más cercano, donde la había encontrado el camionero. En la parte de atrás del auto de su secuestrador había dejado un zapato azul, que se le había salido del pie al escapar.

Esa misma noche la policía encontró la avioneta y averiguó que pertenecía a un tal Robert Hansen, panadero de Anchorage, casado y con dos hijos.

Cuando Hansen fue interrogado por los oficiales, negó las acusaciones, y dijo que la chica estaba tratando de meterlo en un lío porque se negó a pagarle lo que ella le pedía.

Entre el panadero y la pequeña prostituta, eligieron creerle al hombre.

Así se les escapó de la mano el asesino en serie que buscaban desesperadamente, responsable de la muerte de por lo menos 17 y probablemente a más de treinta mujeres en los bosques de Alaska.

Había empezado a matar en 1973 y 13 años después seguían sin identificarlo.

Un cadáver en el bosque

Nadie relacionó a Hansen con la serie de desapariciones de mujeres – casi todas trabajadoras sexuales – que desde hacía tiempo venía ocurriendo en la región. No era un tema importante: las prostitutas iban y venían y la hipótesis es que se habían ido a probar mejor suerte a otros lugares. Nadie las buscaba.

Tampoco pensaron que Hansen tuviera que ver con un cadáver que había aparecido en medio del bosque unos meses antes.

El 12 de septiembre de 1982, los policías John Daily y Audi Holloway tenían franco de servicio y, como hacían habitualmente, fueron a cazar al valle del río Knik, en cuyo bosque solían cobrar buenas piezas porque allí abundaban los venados, los ciervos, los osos y las cabras salvajes.

Ya anochecía y los policías volvían frustrados porque no habían podido matar siquiera una ardilla cuando, en un atajo poco transitado cerca de la orilla del río, vieron una bota semienterrada. Se acercaron y comprobaron que la bota calzaba un pie en estado de descomposición y que, siguiendo más abajo, había un cadáver completo, un cuerpo de mujer.

La investigación quedó a cargo del sargento Rollie Port, un experimentado veterano que analizó meticulosamente la escena del crimen hasta que descubrió un cartucho percutido calibre .223 de uso común en rifles de alto poder como el M16, la AR15 y el Mini-14, armas que son de uso exclusivo de las fuerzas del estado, aunque en la salvaje Alaska las podía tener cualquiera.

El cadáver fue analizado en Anchorage y se determinó que había muerto por las heridas de 3 disparos de ese calibre. La víctima se llamaba Sherry Morrow, de 24 años, bailarina de caño y llevaba seis meses muerta. La habían visto por última vez en el Wild Cherry Bar, donde comentó que un hombre le había ofrecido 300 dólares por posar para algunas fotos.

El hallazgo del cadáver de Sherry hizo que, por primera vez, la policía se preocupara por las otras prostitutas desaparecidas, que se contaban por decenas.

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