Agustin Urreiztieta: Respeto el resultado, solo si me favorece…

En Turquía, la noche del 14 de mayo fue de tensión y confusión, los dos principales candidatos a las elecciones presidenciales turcas, Erdogan y Kilicdaroglu, veían ya una segunda vuelta. Los riesgos son variados, sobre todo con la creciente tendencia en todo el mundo a rechazar los resultados que no son del agrado de cada uno.

En el lado positivo, casi el 90% de los votantes turcos acudieron a las urnas, suficiente para que algunas democracias cansadas de Europa y América se pusieran verdes de envidia. Pero este deseo de participar y de influir, que es el sello de la ciudadanía, no impide una pérdida de confianza: en la madrugada del 15 de mayo, cuando se anunciaron las primeras cifras, volaron las acusaciones y se instaló la desconfianza.

Era inevitable, tras veinte años de poder de un partido y sobre todo de un hombre, Recep Tayyip Erdogan, que han considerado el Estado como de su propiedad, y destilado la idea de que eran indispensables, de hecho, los únicos legítimos, para gobernar ¿suena familiar?





Por otra parte, la oposición tras agotadoras negociaciones se presenta unida, por fin, en torno a un buen candidato, Kamel Kilicdaroglu, sintió que se levantaban vientos de cambio, hasta el punto de convencerse de que sólo el fraude podría impedirle ganar.

Al final, tras horas de suspense, tensión y emoción, la segunda vuelta se hizo realidad. Incluso Erdogan lo admitió tras intentar cantar victoria en la primera vuelta. Estas últimas dos semanas han sido de alto riesgo en un país partido en dos, con una elección entre dos vías políticas y dos estilos personales. El riesgo de que las cosas se descontrolen es inmenso.

Hay dos riesgos: en primer lugar, el riesgo de trucos sucios o violencia el mismo 28 de mayo, día de la segunda vuelta o, los días que le siguen. Luego está el riesgo de que se impugne el resultado final, como ocurre cada vez con más frecuencia.

¿Cuándo entraron los procesos electorales en Turquía -pero desgraciadamente no sólo allí- en la era de la sospecha?

La responsabilidad de Donald Trump y de sus partidarios es evidentemente inmensa, con la guerrilla legal y luego el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 para impedir la validación de la elección de Joe Biden.

Cuando el presidente saliente de la primera potencia mundial da mal ejemplo, ¿por qué extrañarnos de que otros le sigan? Como Bolsonaro en Brasil. Erdogan entra en la misma categoría de países donde las elecciones se celebran correctamente y en condiciones satisfactorias, pero donde el resultado es impugnado si no es favorable al líder populista saliente.

Sin embargo, la democracia no está tan indefensa, como demuestran los ejemplos de Estados Unidos y Brasil, donde las salvaguardias democráticas han funcionado. Pero la amenaza persiste.

De hecho, hay cincuenta matices de democracia en el mundo. Algunos son ficticios: Vladimir Putin puede ser elegido y reelegido sin riesgo, sus opositores están en la cárcel y la prensa está bajo llave.

Pero sistemas como los de Narendra Modi en India, o Erdogan en Turquía, tienen elementos de autoritarismo. Por fortuna, no han bloqueado -o aún no lo han hecho- completamente el proceso electoral. En India, por ejemplo, el partido del primer ministro acaba de perder un Estado de 65 millones de habitantes, Karnakata.

Este periodo intermedio permite avances democráticos, siempre que los partidos políticos se mantengan fuertes y la sociedad civil vigilante. A pesar de la implacable represión desde la intentona golpista de 2016, este sigue siendo el caso de Turquía.

Sin duda, Erdogan tiene una base electoral sólida y aún puede ganar; esa fue la lección de la primera vuelta. Pero también debe aceptar que puede perder: es en la alternancia donde lo que queda de la democracia turca puede demostrar su resistencia.

Sin embargo, parece que quedan pocas esperanzas en Turquía de ver Erdogan despedirse del poder el 28 de mayo. Desafiando las encuestas que le daban como perdedor, el jefe del Estado turco salió de la primera vuelta con el 49,5% de los votos y una cómoda ventaja sobre el candidato de la oposición unida, (44,9%, o 2,5 millones de papeletas menos).

Finalmente, Turquía nos brinda otra curiosidad de nuestros tiempos. Erdogan negocia y recibe el apoyo del candidato ultranacionalista Sinan Ogan, que actúa como el “King Maker” gracias al 5% de votos aproximadamente que obtuvo el 14 de mayo. Inesperado.

Los numerosos retos geopolíticos turcos seguirán allí. Su papel en la OTAN, sus medias tintas con Putin y la salvaje guerra en Ucrania, el chantaje kurdo con Suecia y su adhesión a la OTAN, el también chantaje, no menos atroz, de la “válvula turca” de la masiva inmigración siria hacia Europa, el diferendo con Grecia y el petróleo en aguas bajo pretendida influencia turca, sus ambiciones de potencia regional, el islam “moderado y de geometría variable”, su rol de arbitro del transporte de grano de Ucrania y tantos otros.

Una canasta de problemas sin verdaderos ánimos de ser resueltos, fichas para el juego.