Los mitos sobre el indio amazónico que viven 10 años después de su muerte

Luis Antonio Rueda Hernández era buscado por políticos y personas de la farándula. FOTO: Archivo Particular

 

Aunque el Indio Amazónico murió hace 10 años, en Los Ángeles (Estados Unidos), de él se sigue hablando en Bogotá. Algunos de los mitos que se crearon sobre este controvertido personaje indican que amasó una fortuna, que guardaba la plata debajo del colchón y que murió de una extraña enfermedad en 2011.

Por ALEXÁNDER VELÁSQUEZ / eltiempo.com





“Soy descendiente de los grandes emperadores amazónicos” (…) “soy abogado espiritual para casos especiales ante la Corte Suprema Celestial” (…) “estuve muchos años por el Amazonas, pero en un sueño divino me dijeron que tenía que salir de la selva para ayudar a los necesitados, a los blancos…”. Así se presentaba en un video artesanal, de cinco minutos, que publicó en YouTube en 2008 y que a la fecha tiene más de 13.600 visualizaciones.

“Cuando estaba embarazada, él fue a mi casa, me pidió que dijera un número, yo dije 73, y luego me dijo: ‘ese niño no se le va a criar, no va a venir a este mundo, y así fue, mi bebé murió”, cuenta una mujer bogotana.

Lo que pocos saben es que el Indio Amazónico, quien también decía llamarse Trymurty Mirachura Chindoy Mutunbanjoy, ni era indio ni era amazónico. Su nombre real era Luis Antonio Rueda Hernández, nació y se crió en San Vicente de Chucurí, en Santander. De joven fue zapatero, estudió hasta tercero de primaria y tuvo cinco hermanos. A uno de ellos lo contactamos en algún lugar de Colombia y amablemente accedió a contar algunas cosas, pero prefirió no ser citado.

Reveló que de adulto Luis Antonio viajó a Bogotá y allí fundó la Escuela de Desarrollo Dental (Escodes). Llegó a tener 35 consultorios en la ciudad. “Era lo que se conoce como tegua”, afirma otra fuente. Una crónica del periódico ‘La Parrilla’, del 12 de marzo de 2011, afirma que “contrataba a los estudiantes de último semestre de odontología, a quienes solicitaba información de lo que aprendían en la universidad ”. Así aprendió ese oficio.

Pero luego decidió viajar al Putumayo, donde indígenas le enseñaron a preparar brebajes con yerbas y otros secretos. Desde ese momento se empezó a gestar la leyenda del Indio Amazónico, quien era consultado por políticos y actores y por quienes eran seducidos por sus anuncios en ‘El Espacio’ y ‘El Bogotano’, los periódicos de crónica roja de la época, en los que prometía arreglar matrimonios, traiciones, esposos borrachos, brujería, hijos desobedientes, mala suerte y traía al escurridizo ser amado.

Así, lo que fue una dentistería en la avenida Caracas No. 39-18 se transformó rápidamente en 1985 en el Templo del Indio Amazónico, como se leía en la fachada. El visitante era recibido por su figura hecha de cartón y un buda gigante color dorado. El interior estaba repleto de imágenes religiosas y menjurjes, todo ambientado con sonidos de la selva.

Una mujer de 53 años, que de joven le llevaba el almuerzo, cuenta que el lugar le producía escalofríos y al índio lo recuerda como un hombre “gordo, que usaba sandalias, bata blanca, larga nariguera y plumas, como de indio”.

La leyenda dice que cuando los médicos se negaron a abrirle un orificio en la nariz para ponerse la pluma, él mismo lo hizo con un puntillón caliente, luego de beberse una botella completa de aguardiente Superior.

El indio logró acumular una fortuna de 500 millones de dólares”, reveló un familiar, quien también dijo que cumplía una labor social. El indio mantenía alrededor de 20 asilos en el país, tres de ellos en Santander. Sostenía, igualmente, a más de 100 madres cabeza de familia y enviaba en forma regular millones de pesos a los indios del Amazonas”, publicó tras su muerte el periódico ‘La Parrilla’.

La leyenda señala que fue tal su fama y su fortuna que debió irse del país por amenazas y extorsiones. Se radicó en Estados Unidos, donde montó dos sucursales, una en Los Ángeles y otra en Nueva York, mientras que sus empleados siguieron atendiendo los locales de Bogotá, hasta su cierre definitivo en 2003.

Con el tiempo, en la sede de la Calle 39 se construyó un moderno edificio de oficinas y apartamentos, y del templo no quedó rastro alguno.

Para entonces ya se había separado de su primera esposa, una mujer chaparraluna y que, siguiendo los pasos del marido, se convirtió en experta en la lectura del tarot. Otra fuente informa que al separarse se fue a vivir luego con una muchacha que había llevado de secretaria desde Colombia. Su hermano cuenta que tuvo cinco hijos y que ninguno siguió los pasos de su padre. Todos ellos heredaron su fortuna.

A pesar de que ya no pertenece al reino de los vivos -y él sí que lo fue- por internet circulan páginas web y anuncios de personas que se hacen llamar igual, incluso utilizan sus fotografías para promocionar los servicios.

También en internet dan cuenta de líos judiciales en los que se vio envuelto. En una nota del 26 de enero de 1994, EL TIEMPO informó que la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia dejó en firme un fallo que lo había condenado a 12 meses de prisión por falso testimonio. “Así se confirmó una sentencia de 1992 por desmentir la realización de un negocio en 1986 con un particular, al que contrató para la fabricación de 5.000 dijes por un millón de pesos”.

Luis Antonio Rueda Hernández murió de diabetes en Los Ángeles, el 4 de marzo de 2011, a los 84 años de edad. Dicen que en sus últimos años se encontraba solo y que se fue de este mundo soportando una dolorosa enfermedad que le llenó el cuerpo de hongos, producto de una infección micótica, aunque un excliente suyo presume que “ese fue el castigo divino por hacer brujería”.