El increíble caso de las gemelas que únicamente hablaban entre ellas en lenguaje misterioso

El increíble caso de las gemelas que únicamente hablaban entre ellas en lenguaje misterioso

June y Jennifer Gibbons , mellizas – Foto: Foto de @sku11rot

 

Acaba de salir al mercado un libro de la periodista de The Sunday Times de Londres, Marjorie Wallace, que rápidamente se convirtió en best seller. Contiene la experiencia de su autora como reportera de un caso muy singular: el juicio a un par de mellizas inglesas, idénticas y aparentemente mudas, acusadas de robo y piromanía. “Fue una extraordinaria ocasión”, dice.

“Las mellizas, jóvenes y vulnerables, no pronunciaban palabra distinta de unos ruidos que la Corte interpretó como la aceptación de su culpabilidad. La pantomima legal continuó a su alrededor, pero a ellas no pareció tocarlas”. June y Jennifer Gibbons fueron condenadas a una detención indefinida en Broadmoor, una institución inglesa para criminales dementes.





El impacto de esta sentencia, combinada con la rareza y aparente indefensión de las mellizas, llevó a la señora Wallace a investigar no solo la vida pasada de las hermanas, sino sus mundos íntimos. El resultado, que tiene un poco de psicoanálisis, de historia detectivesca y de novela, está contenido en el libro “Las mellizas silenciosas”.

La investigación jamás habría podido alcanzar las profundidades a las que llegó de no haber sido por la ayuda de los escritos de las mellizas. Durante su proceso ante la Corte no había habido más premisa que la de que se trataba de delincuentes ordinarias. Pero cuando la señora Wallace visitó su hogar, encontró una habitación llena de bolsas de plástico que contenían una extraordinaria colección de diarios, historias manuscritas, novelas, poemas, ilustraciones y cuadernos de dibujo.

Regreso al pasado

El padre de las mellizas, un hindú occidental, trabajaba como técnico en la Fuerza Aérea Real inglesa. Su madre es descrita como “sensible e intuitiva”. Tuvieron tres hijos antes de las mellizas June y Jennifer, en 1963. A pesar de que la vida parecía cómoda y confortable en principio, todo indica que hubo tensión y problemas graves en el hogar. El padre, uno de los pocos hindúes occidentales negros en la Fuerza Aérea, continuamente trasladaba a su familia de una localidad a otra. No se sabe lo suficiente de los primeros años de las mellizas. Solo que estaban “llenas de vida y que jugaban felizmente juntas, muy cerca la una de la otra”, y que se demoraron en hablar.

A los tres años solo eran capaces de construir frases que contuvieran dos o tres palabras muy elementales. Pero curiosamente, sus padres jamás parecieron preocuparse por ello, ya que en todos los demás aspectos parecían ser saludables y felices. Cuando cumplieron cinco años e ingresaron al colegio, su profesora notó que eran “inseparables” y que no le dirigían la palabra, a pesar de que sí hablaban con otros niños. Pero ni aun así había preocupación de la profesora o de los padres. Las mellizas eran “muy tímidas”, y eso parecía ser todo.

Solo en la época en la que cumplieron ocho años y fueron transferidas a un nuevo colegio, la gravedad de los problemas de la mellizas se hizo evidente e innegable. Sus compañeros comenzaron a burlarse de ellas. Y fueron forzadas así a aferrarse más, a estrechar los muros de su hermandad. Dejaron de hacer el esfuerzo de comunicarse con los demás y, aun con su propia familia, se volvieron más aisladas, hablando solamente entre ellas mismas con un lenguaje ininteligible y misterioso. Y así habrían continuado las cosas de no haber sido por el médico del colegio, que las envió a consulta donde un psiquiatra, un terapista del lenguaje y un cirujano (con el propósito de que supuestamente les operara la lengua que carecía de suficiente movilidad).

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Las observaciones de la terapista del lenguaje fueron las más penetrantes. “Había una especie de juego en marcha. Yo podía ver que June se moría por hablarme y decirme muchas cosas. Pero entonces algo sucedía. Jennifer frenaba a June… y fue entonces cuando se me ocurrió que June estaba posesionada por su melliza”. Las mellizas, finalmente reconocidas como casos peculiares, fueron retiradas del colegio y matriculadas en un centro local para la educación especial. Pero fue allí donde se hizo evidente que las hermanas no podían vivir juntas, y al mismo tiempo, que tampoco podían vivir separadas.

Durante una separación, June trató de ahorcarse, y Jennifer escribió: “¿Debo ahogarme en la tina? ¿ O más bien, conseguir un alfiler y clavármelo en el corazón?”. Probablemente ya, a los 15 años, era demasiado tarde para salvar a las mellizas. La adolescencia se les había venido encima, trayendo consigo nuevos sentimientos e intensidades que jamás habían experimentado. Las mellizas estaban destinadas a ascender, o quizás a descender, a un nuevo mundo, un mundo de sueños, inclinado hacia la violencia, la fantasía y la regresión por un lado, y hacia la creatividad artística y literaria por el otro. “La habitación en la segunda planta de la casa de Furzy Park se convirtió en la mansión de sus fantasías, abundantes y vivas… Las calles y losas de las casas eran tumbas de las que debían escapar. Y para hacerlo construyeron sus propios reinos de imaginación, como lo habían hecho las hermanas Brontë…“.

Pero la fantasía de las mellizas apuntaba hacia la ciudad de sus sueños, Malibú, en la violenta Norteamérica suburbana; Malibú, la ciudad donde los adolescentes están perpetuamente transportados por el alcohol y las drogas… Y en sus escritos, las “muñecas” Gibbons, como ellas se denominaban en sus escritos, tomaron parte en guerras de pandillas; fueron secuestradas, se volvieron terroristas involucradas en complots de asesinatos; robaron almacenes y asesinaron a sus padres. Ambas mellizas escribieron varios libros e hicieron lo imposible por verlos publicados. Pero la anarquía, la violencia, la obsesión americana de sus escritos también invadió sus vidas.

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Las mellizas, antes siempre solitarias y retraídas, se enamoraron, y llegaron a involucrarse aquel verano con un grupo de jóvenes norteamericanos de la vecindad, que coincidían con su esquema fantástico de los muchachos de Malibú. Ellos las introdujeron en el mundo de las drogas y el licor. El sexo-casual, compulsivo, tierno y violento, completó con todos estos matices la aventura del verano.

Vidas en crimen

Si las mellizas recordaron antes a las Brontë, ahora se acercaban más a Rimbaud, en su verano loco e intoxicado. El breve y brillante cenit, y luego el descenso al infierno –los muchachos regresaron a los EE. UU.– y todos sus escritos rechazados por los editores: las mellizas se sumieron en la desesperación. Y fue entonces cuando pasó por sus mentes una vida de crimen: esta sería su nuevo romance, su nueva creación. Los “crímenes” contemplados eran infantiles, y tenían por objeto conducir hasta los criminales: primero robos (“dejamos huellas digitales en todas partes”). Luego vandalismo y piromanía (“seré la gran pirómana de la vecindad”). Y todo esto combinado con la excitación de retar, provocar a la Policía.

Inevitablemente, fueron capturadas. Sus padres, Gloria y Aubrey, quedaron asombrados, pero comprendieron que habían estado por fuera de la realidad de las mellizas durante los últimos 15 años. Las niñas fueron recluidas, enviadas a juicio y finalmente internadas en Broadmoor. Pero Broadmoor es tenebroso, Broadmoor es aterrador; y para las mellizas, tan románticas, aun en el crimen, fue el final del romance, de la vida, de todo. Sus primeros meses allí fueron muy intensos: eran asesinas cuando estaban juntas, suicidas cuando estaban separadas. Y en esta tortuosa época escribieron sus diarios de prisión, que la señora Wallace no duda en calificar de “piezas maestras… más perspicaces que cualquier reporte de un psiquiatra. Broadmoor tiene un sistema para “psicópatas” o “criminales curtidos”, como la Corte llamó a las mellizas: “La modificación del comportamiento”, un régimen esencialmente pavloviano de recompensa y castigo, pero castigo en su gran mayoría, que garantiza el quiebre del espíritu. Y de tranquilizantes mayores (neurolépticos), aptos para producir una muerte parkinsoniana.

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Y a esto se unió la separación de las mellizas. La separación, la modificación del comportamiento y los neurolépticos están aparentemente funcionando en la actualidad. Las mellizas se comportan, obedecen las reglas, pero rotas, quebradas, también han dejado de escribir y de leer. Y este parece ser el fin. Esta fue una de las últimas frases de Jennifer, antes de que renunciara a sus escritos: “¡Cuán degradante devastación la que he hecho con mi pobre y dulce vida humana!”.

Existencias paralelas

Esta es la trágica historia que Marjorie Wallace ha reunido y escrito en su libro. Pero no es solo la historia, que durante tres años ella meticulosamente reconstruyó, sino la forma notable como permite al lector introducirse en las mentes y percepciones de las mellizas. Este testimonio sobre las atormentadas vidas de las mellizas recuerda las palabras de Dorothy Burlingham, la eterna colega de Anna Freud. Ella arranca su libro Mellizos, con una consideración sobre la fantasía común de tener un mellizo, a lo que muy comúnmente aspiran las personas, y su contraste con la realidad: “En la fantasía, la relación con un mellizo es imaginada como algo muy sólido y descomplicado. La observación de la realidad demuestra que la relación entre mellizos está amenazada por sentimientos negativos y agresivos, que se manifiestan a través de la competencia, rivalidad por el amor de los padres, celos, y el deseo de dominar al otro… Pero la necesidad del mellizo hace que cada uno se adapte y ajuste a la personalidad del otro. Y en este sentido la relación entre mellizos se convierte en el más íntimo vínculo conocido entre dos seres humanos”. No hay duda de que en el caso de June y Jennifer Gibbons, las “mellizas silenciosas”, así lo fue. El 9 de marzo de 1993, Jennifer murió y June la sigue visitando en su tumba. La mujer ha concedido entrevistas de personas que intentan descifrar el extraño caso.