Abolir las cadenas, por William Anseume

Una de las primeras acciones comunicacionales que pudiera iniciar la transición (tan pronto llegue) debería ser la más inmediata abolición de las perniciosas cadenas de radio y televisión.

Estos días los encadenamientos a través de los medios radiales y televisivos han sido recurrentes tanto como chocantes. Más exasperantes de lo común. Hemos tenido que soportar intervenciones públicas procaces, como la de Maduro el 23 de enero. Las amargas palabras de un Jorge Rodríguez que resuma odio al respirar. Un Mikel Moreno extraviado hasta el Esequibo. Todos haciendo alarde del poder mal habido, así como de lo poco que les importa la democrática separación de los poderes públicos. Rodríguez defendiendo el tratamiento del ejecutivo respecto al coronavirus. El usurpador mayor señalando como deben ser las elecciones y el “jurista” invadiendo terrenos de la Fuerza Armada y amenazando con cárcel a diputados opositores. Un arsenal de bóñiga que solo ellos pueden espetar con las atribuciones que se endilgan debido al vergonzoso apoyo armado.

La abolición de las cadenas debe ser una acción completa. Romper las cadenas de la opresión, como nos ordena el himno, que no está para que lo observemos como símbolo patrio distante, de recordación de los izamientos de banderas escolares, sino como mandato de acción espiritual-política, como rememoración de gestas libertarias fundadoras y colocadoras de hitos que debemos preservar. Las otras cadenas que debemos quebrar para siempre son esas relaciones bochornosas con países que representan la escoria internacional. Pero las cadenas comunicativas hay que eliminarlas inmediatamente cuando nos acerquemos a la libertad, para que esta se perciba plena.





Supongo que la reiteración de ese modo de llegar a la mayoría de la gente (que seguramente, a menos que esté muy interesada en los designios de los terroristas, apaga los aparatos) tiene que ver con miedos acerca de lo que ocurre dentro y fuera políticamente hablando. Lo que los lleva a convertirse en más amenazantes y grotescos. Han hecho toda una apología de la prisión de los diputados, pero no hallan la fórmula para concretarla. Y eso los descoloca. Saben bien que les resta fuerza, los debilita mucho más de lo que ya se encuentran. Los expone. Los ridiculiza.

El poder tiene mecanismos “humanos” menos avasallantes para transmitir sus designios. Parte fundamental de la libertad tiene que ver con no estar teniendo que soportar sandeces, gritos y peroratas malévolas a juro. Que tengan los gobernantes un aislado programa semanal sería suficiente. Más alguna entrevista particular a los ministros y otros representantes oficiales. La ciudadanía que decida si los escucha o no. Las cadenas solo deben ser aceptables en caso de estricta emergencia. Por lo tanto, postulo que una de las primeras acciones de la transición sea abolir las cadenas. Como una recordación permanente de los ataques actuales de la censura a los medios y a los desprovistos ciudadanos tratados inmisericordemente por los terroristas adueñados miserablemente del poder que cada vez más estamos en la obligación de arrebatarles.