¿Por qué nos agotan psicológicamente las videoconferencias?

¿Por qué nos agotan psicológicamente las videoconferencias?

Foto: LINDSEY WASSON / AFP

 

La crisis del coronavirus ha tocado de lleno a las organizaciones. Estas se han visto obligadas a forzar el teletrabajo, salvo en casos imprescindibles, para esquivar el cese de la actividad. Este nuevo formato ha enviado a miles de españoles a sus casas y les ha forzado a adaptar en sus domicilios un nuevo espacio de trabajo que tiene que ser compartido con el resto de los habitantes de la casa.

Por José Mendiola Zuriarrain / El País

Y la tecnología ha llegado al rescate, haciéndolo tan bien que resulta hasta factible la celebración de reuniones mediante videoconferencia, obteniendo unos resultados, a priori, semejantes a los derivados de un encuentro cara a cara. ¿Es así realmente? Algunos expertos están advirtiendo que uso de herramientas para mantener videoconferencias elevan los niveles de estrés de los participantes.

Las complicaciones de la ausencia de la comunicación no verbal

Sería tentador pensar que una reunión mantenida con cámara de vídeo puede ser el sustituto idóneo para una presencial, pero lo cierto es que el cuerpo humano las descifra de una forma completamente distinta, según las conclusiones a las que han llegado Gianpiero Petriglieri, profesor de INSEAD y Marissa Shuffler, profesora de la Universidad Clemson. Estos expertos se refieren a las claves de comunicación que se pierden en una videoconferencia, como el tono de voz, parte de las expresiones faciales y los gestos físicos. Al no ser tan evidentes en una videoconferencia, el participante se ve obligado a prestar más atención y en la conclusión, en especial si la reunión cuenta con muchos participantes, puede resultar agotadora.

“El lenguaje no verbal es el primer ingrediente de la comunicación oral”, explica a EL PAÍS, Yago de la Cierva, profesor de Dirección de Personas en las Organizaciones del IESE. “Equivale a más de dos tercios de lo que se quiere compartir: le da la interpretación y el sentido”. En una reunión mantenida por videoconferencia se ve muy limitado, y por otro lado, “tenemos dos dimensiones en lugar de tres; y porque estamos sentados y quietos de ordinario y el control del espacio es importantísimo”, según este experto. La ausencia de esta tercera dimensión es la que desencadenaría, a la postre, un sobreesfuerzo psicológico.

“Cuando uno de los componentes de la comunicación está ausente o limitado -como sucede en las videoconferencias-, emisor y receptor se ven obligados a invertir mayor atención y más esfuerzo para expresarse y comprenderse correctamente”, explica Ignacia Arruabarrena, Profesora Agregada del Departamento de Psicología Social de la Universidad del País Vasco. Este desgaste se agudiza “si hay más personas implicadas en la videoconferencia”, según Arruabarrena.

Silencios incómodos y la fatiga psicológica de la cuarentena

Pero no sería justo atribuir el estrés a las videoconferencias, sino que el propio confinamiento produce una apatía y también al cambio del entorno para quien teletrabaja. La obligación de estar recluidos en casa propicia “un estado de profunda distracción en el que nos encontramos todos en esta pandemia”, según De la Cierva. “Estamos inquietos, con un déficit de atención tremendo que nos hace mariposear de una cosa a otra porque no conseguirnos concentrarnos”. Esta situación hace que en medio de una videoconferencia y en los respectivos domicilios los asistentes tiendan a despistarse consultando el móvil o redes sociales. “Al final, captamos menos porque estamos distraídos”.

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