Alfredo Maldonado: Perdón, ¿qué fue lo que dijo?

Alfredo Maldonado: Perdón, ¿qué fue lo que dijo?

Se formó un zaperoco mediático alrededor del discurso de Juan Guaidó en la sede de Acción Democrática, en el oeste caraqueño, hace un par de días. Todo el mundo se escandalizó porque estaban allí veteranos proponentes de diálogos, conversaciones y fracasos y que, según críticos, ya no aportan sino pesan.

Porque no estaba María Corina Machado, por ejemplo. Tampoco estaba yo, claro –ni hubiera ido si me hubiesen invitado- ni unos cuantos amigos míos a los cuales les habría encantado que los invitaran aunque no son militantes partidistas, pero pueden pescuecear mejor que nadie porque saben de televisión.

¿Sabe alguien qué fue lo que dijo de verdad Juan Guaidó con ese tonito suyo que no moja pero empapa?





Los que se escandalizaron por la presencia de Manuel Rosales, ¿escucharon, analizaron? Los que se dan el lujo de despreciar a Henrique Capriles, no pensaron en que tampoco estaban personajes como Henri Falcón, Claudio Fermín, Carlos Ortega y los dirigentes opositores del sindicalismo petrolero, que deberían estar preocupados por la caída de esa importantísima industria, por ejemplo. Ni dirigentes sindicales de Corpoelec, que tantas explicaciones y pretextos pueden esgrimir. Ni estaba nadie de la Conferencia Episcopal Venezolana, ponga usted por caso, que se supone que los prelados no son políticos, como los militares, pero están metidos en política hasta las orejas, ni líderes de la llamada disidencia chavista ahora frontalmente antimadurista, y que aspiraría a permanecer y desarrollarse como sector político –socialista, claro- por encima del desbarajuste madurista.

Aparte de esas precisiones, los analistas políticos ahora tan populares pero menos impresionantes que aquellos “notables” que tanto daño hicieron a la democracia venezolana ¿analizaron, diseccionaron en detalle el discurso de Juan Guaidó mientras su esposa desarrollaba una exitosa gira que concluía en la propia Casa Blanca al lado de Donald Trump? Pensaría uno que lo que Guaidó dijo fue que ya no es hora de salir a jugarse el tipo con escudos de cartón y madera, sino de salir todos a la calle sin escondirse tras los arrojados llamados “escuderos” y que por ser puntas de lanza han dejado varios muertos, heridos y presos. Que lo de la hora del pueblo no es una frase sino una realidad.

Daría la impresión, pienso yo que soy un escéptico de la tan cacareada venezolanidad, que estamos volviendo a las andadas. Que estamos haciendo reclamos cáusticos y facilones, tristemente ingeniosos, porque alguien no parece estar haciendo por nosotros lo que nosotros mismos deberíamos hacer. No el protagonismo que con cierta ingenuidad no quiere un dirigente con escasa experiencia pero mucha emotividad que nos quiten los gringos –así los llamó, a la mexicana- en caso de una intervención militar que un gentío está pidiendo. Intervención que se ha demostrado aún más necesaria –lo cual no significa que sea grata- después de la promesa derrotada del mismo Juan Guaidó con el show aquél en la frontera donde el concierto fue éxito y la entrada de las gandolas un fracaso. Intervención que si es militar es siempre e inevitablemente agresiva, peligrosa, destructora.

El castromadurismo, por su parte, sí ha sido reiteradamente claro, al menos de la boca para afuera. Que no se van a abrir las puertas del castillo así como así, que a ellos los sacan con los pies por delante, que son voces del pueblo. Ya no son pueblo, claro, pero eso no van a ser tan sinceros de reconocerlo públicamente.

Entonces consiguen unos visitantes rusos –que llegaron con grandes aspavientos- y unos cuantos chinos uniformados que se supone son infantes de marina enviados por Pekin –que, a juzgar por el tamaño de China, de sus intereses por estos lados y el platal que se les debe, parecieran ser mas bien pocos. Los rusos se trajeron su propio general multiestrellado, a los chinos los presentó un almirante venezolano, no sabemos si por cortesía o porque no quedaba más remedio.

A ellos se unen los ya presentes espías cubanos, guerrilleros narcotraficantes colombianos, malandraje organizado y la variedad oficialista en las calles venezolanos a donde Guaidó, si entendimos bien, llamó Juan Guaidó.

Pero como pueden ver, si han leído hasta ahora, todo esto no es mas que darle vueltas y vueltas al hecho de no estar muy seguros de qué fue lo que de verdad dijo Guaidó en la sede adeca rodeado de tanta gente. Comprender que llevamos veinte años de emociones y frustraciones diferentes, y que tenemos lo que pedimos por no escuchar ni pensar, por el empeño en que un caudillo y su grupete repetidor, haga lo que nosotros no hacemos. Que nos resuelva los problemas que tenemos o creemos tener. Veinte años no es nada, diría el tango, pero tres meses mucho menos y, por si no lo recuerdan, es el tiempo que lleva Juan Guaidó tratando de encargarse de la Presidencia y ya hay un vainero armado. Diría uno que poco cuesta esperar un poco mas y discutir y especular un poco menos.

Y ya que estamos en eso, que se tomen el protagonismo que tan caro costaría a invasores e invadidos y tanto está costando a militantes y presos políticos. El protagonismo de los ciudadanos que están llevando a cuestas, en muy escaso tiempo, hambre, enfermedades, apagones, dinero sin valor, oídos sordos, golpes de palos militares y policiales y gases asfixiantes. O callarse y aguantar, como los cubanos en su isla hace sesenta años.