Refugiados y hostigados, por William Anseume

Refugiados y hostigados, por William Anseume

La palabra “refugiado”, según el diccionario, alude a alguien que escapa motivado por guerra, revolución o persecución política. Más amplio y acertado ante nuestras circunstancias vitales actuales resulta el voquible “refugio”, en cuanto a asilo, acogida, amparo o lugar adecuado para refugiarse. Sin embargo, en Venezuela o en el mundo, actualmente, todos los ciudadanos venezolanos somos refugiados, sin lugar completamente seguro; ya vemos cómo aparecen muertos, casi a diario, algunos de nuestros coterráneos en otros países; mientras acá no existe refugio alcanzable, como no sea una embajada.

La casa, el lugar del refugio por antonomasia de todo individuo, no ofrece ya protección ni consuelo, dejó hace mucho de ser acogedora ante tanta carencia. Nos queda, y coartado, el asilo en el afecto, en la protección diaria con los familiares, con los pocos amigos dispuestos, en esta interacción cariñosa por la sobrevivencia diaria; así, el refugio se ha vuelto carnal y psicológico, más que físico-material: guindamos entre manos, entre calores y sonrisas humanas, cuando la hosquedad no ayuda para resolver esta agonía. Todo lo demás se ha transformado deletéreamente en violencia contra el individuo.





Así nos llevan, hostigados y perseguidos por todo: alimentos, medicina, servicios múltiples, inconformidades a diario que se hacen insoportables para un mínimo de actividad vital. Nos someten, desde el poder más abyecto, con todo: zumbándonos la comida, impidiéndonos cualquier libertad de acción, acosándonos ante cualquier acto de rebeldía. Por ello, el refugio es imposible para el venezolano de hoy. El poder maltratador se entromete en cada hendija, en cualquier intento de asir un respiradero.

Lo contrario del sometido es el rebelde. La adolescencia sabe de eso y de la procuración de los cambios para evitar el sojuzgamiento y liberarse. Librarse del yugo, tal cual dice el himno, no es fácil y lo vemos, pero hacia allá debemos seguir enfilados, persistentes, hasta llegar a la quebradura del cántaro después de tanta agua pútrida, así sea cada quien por su lado, como viene ocurriendo y parece indetenible, en materia política, esta agreste dispersión de esfuerzos signada por el protagonismo ciego, hedonista frente al espejo, posesor de sí e inclemente; si cada quien por su lado arranca un fragmento o lucha por arrancarlo, el cántaro deberá romperse irremediablemente. Parece una utopía continuar llamando a la unión, cual Bolívar moribundo. Saquémosle, de algún modo, provecho al desparpajo caótico de esta lucha no muy fuenteovejúnica; pero, ya, rompamos el cántaro.

wanseume@usb.ve