La Iglesia católica entre el cielo y el infierno, por José Luis Méndez La Fuente

La Iglesia católica entre el cielo y el infierno, por José Luis Méndez La Fuente

 

“Espero que las puertas del Infierno estén bien abiertas para darle la bienvenida”. Con estas palabras, parte de sus declaraciones al diario The Boston Globe, despidió en diciembre del año pasado, Alexa MacPherson, al cardenal Bernard Law arzobispo emérito de la arquidiócesis de Boston, después de enterarse de su fallecimiento. MacPherson fue una de la víctimas, cuando era un niño, de los abusos cometidos por sacerdotes en aquella comunidad católica y Bernard saltó a la palestra pública, a raíz de los sonados casos de pederastia en Massachusetts, dado su papel de encubridor de los mismos, no obstante estar en pleno conocimiento de lo que allí ocurría desde hacía años. En la película Spotlight, ganadora del Oscar en el 2016, que resume el caso de la investigación periodística sobre el explosivo tema, el personaje del Cardenal Bernard también ocupa un rol central.





La referencia viene a colación, con motivo de la posibilidad, de que el Papa Francisco, tal como lo hiciera su predecesor Benedicto XVI, abdique a su cargo tras la embestida de algunas corrientes internas de la curia romana, de tono conservador, que han solicitado su renuncia, acusándolo de no haber hecho nada con el problema de la pederastia y , lo que es más grave, de haber tapado o aguantado por un tiempo, al menos, algunos casos de abusos dentro de la Iglesia, conocidos por él.

Todo ello, unido a algún comentario o reflexión del Papa Francisco, con ocasión de celebrase algún oficio religioso, a pasajes bíblicos, particularmente, a aquel de San Pablo donde después de hacer un examen de conciencia se despide de los miembros de la Iglesia de Éfeso, ha dado, nuevamente, desde mediados de año, fuerza a la tesis de que aun cuando no le haya puesto fecha, esté valorando tal posibilidad.

El Vaticano, hasta ahora, no ha respondido nada oficialmente y el propio Papa Francisco ha preferido guardar silencio, “la verdad es silenciosa” ha dicho, ante tales acusaciones, quizás buscando no calentar más el tema, o tal vez para mantener una postura que le permita, más en frio, tomar cualquier decisión en el futuro.

Pero quien si ha dado su opinión sobre el asunto, ha sido el polémico periodista italiano Emiliano Fittipaldi, autor de libros como Lujuria y Avaricia, en los cuales profundiza sobre los escándalos de sexo y corrupción dentro de la Iglesia, que lo han enemistado con El Vaticano, hasta el punto de llevarlo a los tribunales. Fittipaldi ha dicho que durante el actual papado las denuncias de abusos sexuales por sacerdotes se ha incrementado sustancialmente, lo cual es indicativo no solo de que la gente ha perdido el miedo, sino también del malestar de los sectores más derechistas de la Iglesia. Francisco no piensa en renunciar por ahora, menos estando vivo Benedicto XVI, y tener tres papas en el Vaticano sería casi ridículo, ha llegado a asegurar Fittipaldi en entrevista del pasado mes de septiembre.

Que el Papa Francisco pueda llegar a renunciar pareciera factible, principalmente, después del precedente del Cardenal Ratzinger, al alegar “falta de fuerzas” para continuar con su papado. Si bien tenía ya setenta y ocho encima, años cuando fue elegido como Benedicto XVI, es indudable que la energía que le era necesaria para combatir los males de la Iglesia, donde la vergüenza de la pederastia ya había eclosionado, no era solo física. El Papa Francisco cumple ochenta y dos años en diciembre; cuatro menos de los que tenía su antecesor, cuando dejó el cargo; una diferencia no significativa, en momentos en que la Iglesia sufre su peor crisis desde el Cisma de Occidente entre los siglos XIV y XV.

No es una tarea fácil de atender y menos aún de combatir si se pretende realmente limpiar la casa y ponerla en orden de una vez por todas. Se necesita adicionalmente a las fuerzas, determinación y quizás convicción para efectuar los cambios requeridos, si la solución que se pretende va a la raíz del problema, buscando que la basura no vuelva a entrar.

Pero el problema de fondo es más difícil de resolver, si los curas pederastas no creen, como parece, en el cielo ni en el infierno. Sobre todo, en este último. Y es que si no hay infierno, tampoco hay pecado. Un tema al que los últimos tres Papas se han referido de manera directa o indirecta. Así, ya en 1999 el Papa Juan Pablo II había advertido que el infierno era “la consecuencia final del pecado… más que un lugar”.

Según, Eugenio Scalfari, otro periodista italiano del diario La República, el Papa Francisco le dijo en una entrevista de marzo pasado, que “no existe un infierno” como tal, sino más bien una pérdida del Cielo para quienes no se arrepienten de su pecados, palabras que El Vaticano ha desmentido. Sin embargo la entrevista se realizó y si no sabemos la verdad, exactamente, es porque Sacalfari nunca las graba. Lo que si ha dicho públicamente Francisco, es que “el infierno es querer alejarse de Dios porque no quiero el amor de Dios”.

Pero quien se aleja de Dios puede regresar a El si se arrepiente, pues como señaló, igualmente, el Papa Francisco en febrero del 2015 “El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero”.

Es decir, que si no hay infierno, al menos uno como el que pensamos existía, o se puede evitar con el arrepentimiento, ni MacPherson, ni ninguno de los miles de niños abusados, por más que lo deseen, verán a alguno de sus victimarios quemándose en las brasas.

@xlmlf