La inspiradora historia de Zarevitz Camacho

La inspiradora historia de Zarevitz Camacho

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La estación El Silencio era un horno ese viernes 29 de abril de 2011. El aire acondicionado estaba inoperativo mientras, a las 10.29 de la noche, Zarevitz aguardaba de segunda en la fila por el último metro que la llevaría a casa. Lo último que recuerda la veinteañera, graduada en Recursos Humanos, son las luces del vagón a su derecha. Cuando volvió en sí, el infierno en la sofocante Caracas subterránea: El tren pasaba por encima de sus piernas tras desmayarse y caer parcialmente sobre los rieles.





Por Gustavo Ocando Alex / Maracaibo / gocando@laverdad.com

Hoy describe todo como “oscuridad y dolor”. Se vio atrapada en un amasijo de hierro y harta de dolor… más bien de un ardor interminable. Gritó, recordó a su madre y siguió vociferando hasta el rescate. “No la puedo dejar sola”, se dijo, dándose valor mientras arañaba al autor metálico de su tragedia.

En la emergencia del hospital Miguel Pérez Carreño se tomaron decisiones a la velocidad de una cinta de Tarantino: ficción y sangre en horas de surrealismo. “Sentía que todo era una película, como una revolución”. Los doctores seccionaron sobre ambas rodillas para salvarla.

Al despertar, su padre lloraba al lado de su cama en la sala de recuperación. Pero ella volvió a ser la misma de siempre, esa “disparatera” colmada de humor negro y de positivismo, la chama risueña que prefiere ver el vaso de la vida medio lleno: “papi, no llores. Al menos no me tengo que depilar las piernas más nunca”.

Ese fuero interno la ayudó a sobrellevar sus tres semanas de hospitalización. Eso, el apoyo de su familia y las terapias. En estas hubo dolor -incluso uno aún mayor que el sufrido en el accidente-. Toleró cuatro sesiones de infiltraciones directas de una sustancia blancuzca en sus muñones (dos en cada uno). Aguantó hasta lo indecible.

Un compañero de su padre, también amputado de una pierna, puso la guinda a su recuperación con un consejo: “vete a esta casa ortopédica y te irá bien”. El dato levantaría no solo su ánimo, sino literalmente su cuerpo gracias a dos prótesis. Pero tuvo que esperarlas ocho meses. Solo en la Venezuela de los últimos tiempos.

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Piernas “normales”

Zarevitz esperó treinta y dos semanas por sus rodillas, unas modelo 3r60, junto a sus pies Tritón IC60, de la marca Otto Bock. De sistemas hidráulicos y mejorados con un seguro elástico de flexión, le han permitido caminar con naturalidad desde hace dos años y medio. Las siente y usa como si tuviera “piernas normales”.

Las recibió gracias a las diligencias de BiotecPro, una empresa con 17 años de experiencia. El proceso fue el mismo que en las compañías nacionales de esa estirpe: un técnico especialista la evaluó; le contó de sus intereses y de su peso para perfilar las prótesis ideales de su condición bilateral transfemoral; le elaboraron el presupuesto para obtenerlas -el Metro de Caracas pagó los 140 mil bolívares de costo luego que su madre bregara por ello- y recibió unos reemplazos de entrenamiento mientras aguardaba por las que calzarían perfectamente en sus cuencas.

Hoy su espera sería más penosa. Las casas ortopédicas tienen 16 meses sin recibir divisas a precios del mercado oficial. Un puñado de ellas ha cerrado. Otras ofrecen sus productos con una dilación cercana o mayor al año. “Las prótesis nunca están disponibles, porque no se hacen en Venezuela. Todo eso se trae de Alemania. Conseguir otra me sería muy difícil”.

Cuida las suyas cual custodio de reservas de oro. Sueña con un par nuevo, de tecnología de avanzada, para así mejorar su performance al caminar y al hacer ejercicios. Bien pudieran ser biónicas o electrónicas; le da igual. Pero sus costos frustran hasta al más idealista. “Las de últimas generación están alrededor de dos millones de bolívares cada rodilla”. Un lujo impagable en el trópico venezolano.

Feminidad de acero

“¿Y quién dice que con unas piernas de acero no se puede usar una falda?”, publicó “Zaza” hace dos semanas en Instagram junto a una coqueta selfie de una prenda mínima rosa que desvelaba sus cuencas blancas, prótesis negriazules y un par de tenis deportivas. Sus posts son un pedestal de optimismo y buena vibra.

Mil 106 seguidores y decenas de visitantes ocasionales le confiesan en cada autorretrato su admiración: “Mis respetos”, “eres una dura”, “un ejemplo a seguir”, “un ser maravilloso”. En las redes sociales y en su blog, Diario No Convencional, es apóstol de la inclusión y guerrera contra la victimización.

En esos rincones le gusta reírse de sí misma. Allí habla de su “lugar feliz”, la piscina donde cada noche nada para mejorar la postura de su espalda y adelgazar. Allí cita a Dolores Rodríguez, Ella Wheeler Wilcox y Fred McGrand para que su ánimo y el de sus lectores “vuelen alto” pese a cualquier dificultad. Allí confiesa las risas y llantos de sus días de rehabilitación, sus estudios de inglés y su curso de maquillaje. Allí ata valores, feminidad y empuje con reflexión poética. Allí, de vez en cuando, cuela críticas contra la desigualdad en su Caracas.

Por culpa de esa abominable segregación ha vivido bochornos. Una vez luchó por un baño adaptado a sus necesidades en el ente público donde trabajó hasta el año pasado y la respuesta de su supervisora fue una frase infeliz: “pero si tú necesitas ir al baño me avisas y yo te ayudo a bajarte los pantalones”.

En días recientes una compañera de nado se quejó en la oficina del club porque, textualmente, “le daba asco nadar con personas amputadas”. Su entrenadora, iracunda, la defendió. Ella misma pensó: “¿asco por qué? ¡Esto no se pega, esto no es lepra!”.

Nada de eso la derrumba. Ningún “mente corta” se compara con el reto de tener que reinventarse o de encarar a un Metro que no ha vuelto a pisar desde entonces. Al perder sus piernas, ya no medía 1,74 metros de estatura y lo que estaba a la mano se le hizo inalcanzable. Con sus prótesis, ve todo como antes. “Y sin ellas soy una hormiga”.

 

“Una vez mi mamá entre lágrimas preguntaba: ‘¿dónde estabas Dios cuando mi hija cayó a los rieles?’ Y alguien se le acercó y le dijo: ‘halándola por los brazos, porque las piernas se reponen pero la cabeza no’”. Zarevitz Camacho. 

 

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Blog: Diario No Convencional

Instagram: zazarazax