El problema es cultural por @DavidGuenni de @VFutura

El problema es cultural por @DavidGuenni de @VFutura

thumbnailDavidGuenniLos temas profundos NO deben ser evadidos por los integrantes de mi generación. Ha llegado la hora de -como dicen- agarrar al toro por los cachos. Los mercaderes de la mal-llamada “política” actual insisten en un cambio de modelo económico; los autoproclamados “intelectuales” abogan por la corrección de nuestros hábitos políticos e institucionales, históricamente arraigados; los “expertos” en lo social, demasiado imbuidos de la herencia marxista, claman por una real satisfacción de las necesidades materiales de la población, a través de -por supuesto- la intervención efectiva del Estado… Y así sucesivamente, todas las celebridades de la palestra pública venezolana, que -al menos- reconocen que hay algo terriblemente perjudicial quitándole el sueño a Venezuela, no logran (o no quieren lograr) más que dar vueltas en torno a la superficie del problema. ¡¿Y la dictadura?! Tranquila… «¡Que hablen! Mejor para nuestra imagen», dirán en La Habana…

Pero si la Élite Futura de esta Nación quiere realmente pensarse a Venezuela, y ser punta de lanza de un cambio capaz de darle un vuelco al devenir, tiene que reconocer la amplitud y la gravedad del asunto que hoy nos estalla en la cara, pero que, a su vez, nubla el juicio de quienes deberían siquiera ser capaces de visualizarlo. El asunto es tan omnipresente, que los cansados sentidos de las generaciones anteriores no lo perciben. Es ese mismo asunto el que bloquea y/o hace fútil todo tipo de mejoras, alcanzables bien sea a través de una simple sustitución de fuerzas en lo político, de una fría rectificación de la administración en lo económico o de una alegre atención prioritaria de “lo social”. El asunto que se viene a la mente no se resuelve tampoco con una feliz reingeniería institucional, ni con una -pretendidamente- milagrosa arquitectura legal nueva. No, señores. El problema de Venezuela incluye por supuesto que gran parte de las aristas de todas esas áreas que se mencionaron, además de muchas tareas pendientes en infinidad de áreas adicionales; pero una mono-causal intervención en alguno de estos campos, de forma aislada, no le devolverá la vida a esta moribunda Nación. El problema de Venezuela incluye miles de asuntos atados a las diversas dimensiones del quehacer humano; los incluye y los atraviesa, pero también los rebasa y los supera, porque el problema de Venezuela es cultural.

¿Qué se intenta decir con ésto? Que toda la dimensión simbólica, relacional, conductual, espiritual e idiosincrática del venezolano está subsumida en una espiral degenerativa, que solo puede tener un desenlace: la autodestrucción. Y son monumentales las listas de rasgos, características y elementos nocivos que albergamos, como población, a nivel sociocultural; mas esas listas no son el objeto de esta reflexión. Este no es un texto basado en aquella voluntad de crítica que es motivada por algún malsano designio de la ociosidad; al contrario, estas líneas son un llamamiento urgente a la recién nacida consciencia libertaria, que hoy germina entre la juventud guerrera. Somos nosotros los que asumiremos el rumbo próximo de esta (incumplida) promesa de oportunidades que alguna vez fue Venezuela, y nosotros tendremos que afrontar el gran reto que esa responsabilidad nos plantea: la transformación sociocultural de toda una Nación – hoy prácticamente enterrada en sus propias contradicciones y perversiones.





Todo este asunto de la cultura lo entendieron muy bien las numerosas generaciones de marxistas que antecedieron a nuestro tiempo: desde Gramsci y la primera Escuela de Frankfurt, el asunto de la necesidad estratégica de la izquierda por lograr la hegemonía, partiendo de la dimensión simbólica y actitudinal (el trillado problema de la «ideología»), ha sido prioridad también en la praxis y la lexis de las fuerzas políticas del resentimiento. Ellos entendieron, además, que una mutación sociocultural, orientada hacia la matriz dentro de la cual ellos necesitan insertar a las naciones para hacer su desgraciada “revolución”, no podía darse de la noche a la mañana, y tampoco de una manera deliberada, consciente y/o racional. Lo que hicieron con Venezuela, por ejemplo, es producto de un trabajo de infiltración, penetración y re-socialización que tomó décadas y significó enormes sacrificios. Pavimentado el camino, a su vez, por toda una estructura psico-social judeocristiana, el trabajo del marxismo en Venezuela continúa hoy una labor iniciada al menos desde los años ’30, del siglo pasado, por los jóvenes de la Generación del ’28.

Hoy en día salimos a la calle o a la plaza y notamos, en cada esquina y en cada espacio, el nauseabundo aroma que arroja el resultado de esa configuración sociocultural, llevada a cabo por la izquierda. Hoy Venezuela padece lo que podemos catalogar como SIDA cultural; lo que refiere a un conjunto de habitantes cuyas defensas identitarias y valorativas compartidas, no logran hacer frente a agentes fatales que, como el comunismo, buscan aniquilar la Nación una vez que ésta llega al borde del precipicio. Ellos -que antaño fueron ingenuamente minimizados bajo la etiqueta de ñángaras– lograron convertir lo que alguna vez fue un país afable y lleno de elevadas energías, en un basurero apestoso a muerte, escándalo y decadencia.

Dicen por ahí que es más fácil destruir que construir, – y sino pregúntenles a los marxistas. La tenemos bien difícil, señores. Pero cuando solo se cuenta con UNA opción para poder conquistar el porvenir y forjar el destino propio, no se pueden esquivar las dificultades que se tienen por delante. Cada quien, desde su trinchera, debe combatir en pro del titánico esfuerzo, que hoy comienza con este tipo de llamados buscando esbozar una hoja de ruta para la Venezuela Futura. NO es tiempo de lamentaciones autocomplacientes, ni de cuestionamientos vacuos o pesadas evasiones del compromiso que se nos devela evidente a los nuevos; es tiempo de arrancar con la deconstrucción narrativa, discursiva, teórica, práctica y energética de toda una edificación destinada a perpetuar y solidificar la putrefacción esclavista. Siempre es buen momento para comenzar; pero es que ESTE es el último contingente de oxígeno que nos queda para hacer renacer a la Nación, y NO hay tiempo que perder.

¿Iniciaremos finalmente la gesta creadora, que nos exige demoler lo presente para que pueda emanar lo cargado de Libertad, o seguiremos arando en el mar al cual nos arrastran los cantos de sirena de la “opinión pública”?

David Guenni