Gustavo Coronel: Un héroe sube otra empinada cuesta

Gustavo Coronel: Un héroe sube otra empinada cuesta

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Alberto y su esposa Yolanda en nuestro apartamento, hace ya algunos años

 

Héroe es quien hace algo que va mucho más allá de lo esperable, lo que en Inglés llaman “beyond the call of duty”. Todos tenemos la obligación de ser buenos ciudadanos, de ser honestos, de contribuír – en lo posible – a la prosperidad colectiva pero no estamos obligados a dar la vida por otros o llevar a cabo actos que vayan más allá de lo razonable.

En el espectro social venezolano tenemos de todo, desde lo peor, pasando por lo mediocre, lo aceptable, lo francamente elogiable, hasta llegar a lo heróico. He hecho en el pasado un estimado de como se distribuye la población venezolana entre estos grupos, lo que he llamado la Estratigrafía Moral del Venezolano y, como es lo esperable, el porcentaje de los héroes representa una minúscula fracción de nuestra población.





El heroísmo no siempre anda montado a caballo ni se lleva a cabo en el campo de batalla. Con frecuencia es callado, anónimo, la obra de la perseverancia, el tesón y del deseo de enseñar con el ejemplo. Hace unas semanas Alberto Quirós Corradi, mi amigo durante los últimos 55 años (y déle), culminó un acto de heroicidad ciudadana que me llena de orgullo. A los 83 años, con algunas limitaciones de salud corporal, que no mental o espiritual, Alberto culminó sus estudios de post grado en Bioética en la Universidad Central de Venezuela y se graduó, en solemne sesión, junto a venezolanos que pudieran ser sus nietos. Creo que este es un record en la historia de lo estudios de magister, porque parece ser que alguien mayor que Alberto obtuvo un doctorado en el pasado.

Todos sabemos lo que significa hacer un post grado, las largas horas de clases, los trabajos mensuales, los exámenes, escribir la tesis, defender la tesis. Es un largo y arduo camino. La inmensa mayoría de quienes lo hacemos piensa en el post grado como algo necesario para progresar en la carrera profesional. Pero Alberto lo ha hecho sin que ello tenga que ver con su carrera, la cual esencialmente está completa y ha sido rica en logros: de cargador de tubos en La Concepción a presidente de Shell Venezuela, de Maraven, de Lagoven; Director de El Nacional, Director del “Diario de Caracas”, autor de una docena de libros , ensayista en El Nacional por muchos años, asesor de empresas y gran organizador de iniciativas ciudadanas. En una ocasión dije que si le preguntaran a Alberto si toca el piano, diría que “nunca lo ha intentado”. Si lo intentara estaría tocando el piano en tiempo récord.

Por qué, entonces, ese post grado? Solo Alberto lo sabe, en su fuero más íntimo. Yo pienso que lo hizo por la misma razón que los escaladores de montañas se suben a ellas, simplemente porque están allí. Porque el ser humano asume desafíos en una eterna búsqueda de superación, porque siente la necesidad de seguir subiendo en la escalera de los valores, hacia la inalcanzable perfección.

Pero, además, porque el gran gesto tiene un valor didáctico extraordinario. Ese de mostrarle a nuestros jovenes que el afán de superación no termina a ninguna edad, de echarle en cara a muchos compatriotas quedados en el aparato que el hombre tiene una responsabilidad consigo mismo para buscar su plena realización y de darle una lección de civismo a los gobernantes que piensan que Portugal es un país fronterizo con Venezuela, mostrándoles que el deber ciudadano de educarse cada vez más es fundamental para el progreso de la sociedad.

Hoy he destapado una botella de champaña (ya no es Cristal ni Monopole pero tampoco Pampero), para celebrar el heróico acto de mi amigo Alberto, flamante Magister en Bioética.

A tu salud, Alberto!