Patricia Morean Pérez: El luto de mis zapatos

Patricia Morean Pérez: El luto de mis zapatos

descalza

 

En Venezuela la gran reina de todas las casas – después de la arepa, por supuesto – es la música. Nosotros nacemos escuchando cuatro y maraca, nuestra sangre corre al son del Alma Llanera, los atardeceres los acompañamos con boleros, los despechos los pasamos a punta de rancheras, las fiestas no tienen sentido sin una buena salsa, nuestras navidades destilan por doquier gaitas y aguinaldos; y es así como, en el transcurso de nuestra vida, diferentes ritmos y melodías se van colando en cada momento, convirtiéndose en coprotagonistas de cada una de nuestras experiencias.





Yo me considero una gran consentida de la vida. Y es que, a parte de nacer en Venezuela – el mejor país del mundo – y de haber gozado desde niña de toda esta movida musical que de manera natural desfila por nuestras vidas, he tenido la dicha de compartir mis grandes momentos con El Flamenco. Este arte, de manera desprendida y altruista, me ha regalado experiencias que resultan indescriptibles para un mundo que reclama especificidad en cada concepto. Cada telón que se abre acompañado de tacones y guitarras, me ha permitido dejar el alma entre luces y tablas. Y es que eso es bailar… regalar el alma mil veces, porque mil veces nunca serán suficiente para darlo todo. Y como si fuera poco, aún en la soledad más sola de mis pensamientos, El Flamenco – negado a desahuciarme – se cuela entre mis ideas, llevándome de la mano hasta la calma… porque al final, todo pasa.

Hoy es un día de esos en que la tranquilidad – revuelta desde hace días – ha decidido vacacionar. Mi país, mi bello país, ese que me enseñó que con música todo es mejor;  ese que tercamente insiste en no dejarnos conocer el silencio porque hasta sus pájaros cantan hasta el cansancio; ese que ha hecho que las mujeres tengamos ritmo al caminar y que nos demuestra constantemente que no hay tarea difícil sino radio sin pila: mi país, la Venezuela de mis sueños, hoy atraviesa uno de los momentos más oscuros de su historia. Los venezolanos, los panas, los chamos dejamos de ser “chévere”; ya no nos reconocemos. Las calles están bañadas de sangre, las familias estamos vestidas de negro cerrado, las plazas no destilan alegría, los telones permanecen cerrados, las guitarras cada vez suenan más bajito, los tambores están afónicos, los radios permanecen apagados y… mis zapatos de flamenco, por primera vez, están guardados.

Venezuela querida, todos te lloramos. Tenemos el espíritu apagado. El baile te llora, el arte te llora, tu pueblo te llora. A ti debo todo: mi historia, mi familia, mis amigos, mi educación, mi arte, mi sentir, mis suspiros… porque cada una de mis experiencias, cada uno de mis logros, cada uno de mis esfuerzos llevan marcado tu nombre. Eres mi musa. ¿Lo entiendes? Si tú estás mal, yo estoy mal.

Hoy te estamos peleando con las garras que sólo se sacan cuando atacan a un hijo, pero a pesar del miedo y la tristeza que hoy nos acompaña, segura estoy de que todo valdrá la pena para que, más temprano que tarde, volvamos a llenar con música nuestras vidas, hacer hallacas con sabor a gaita, pasar coleto con vibra merenguera, cantar a capella en el baño, celebrar los cumpleaños gritando “Ay que noche tan preciosa”, dormir a nuestros niños con el Himno Nacional, volver a llenar los teatros del talento que sobra en nuestro país y, por supuesto, sacar nuevamente mis zapatos de flamenco para que en cada nueva oportunidad me acompañen a celebrar tu LIBERTAD. Nosotros los venezolanos volveremos a reconocernos como hermanos y el mundo entero buscará contagiarse de nuestra alegría… y es así como en esta historia tendrá más vigencia que nunca uno de los temas interpretados por nuestro querido Tío Simón: “Los muchachos de mi pueblo todo el día andan silbando. Ya por el mundo se dice: Venezuela habla cantando”.

Patricia Helena Morean Pérez

Patricia.morean@gmail.com

Twitter: @PatyMoreanPerez