Wichy García Fuentes: Televisión cubana (historia del dique)

Wichy García Fuentes: Televisión cubana (historia del dique)

El dictador cubano asumió desde un principio que la televisión le pertenecía. Como hizo con todo dentro de la isla, según sus decisiones y caprichos podía intervenir, cambiar o aparecer en la pantalla a entero gusto.

 

Castro le reclama a Kennedy sobre el bloqueo, 23 de octubre de 1962.





Castro le reclama a Kennedy sobre el bloqueo, 23 de octubre de 1962.

Cuando Robertico Carcassés —director del grupo Interactivo, fenómeno de la fusión musical cubana actual—, en pleno acto político transmitido en vivo para toda la nación improvisó guapachosamente una serie de demandas ciudadanas como “Yo quiero elegir al presidente por voto directo y no por otra vía”, “ni militantes, ni disidentes, cubanos todos con los mismos derechos”, la televisión cubana sufrió un insólito agujero en el dique comunicacional que construyó desde hace más de medio siglo.

Las consecuencias internas, no obstante, estaban destinadas a no desbordarse demasiado. El dique aún está en pie.

La televisión cubana fue pionera en el área, y una de las primeras en el mundo. Nacida en 1950, ya para el triunfo de los barbudos contaba con una década de experiencia reconocida internacionalmente, con aportes tan significativos como la telenovela, ese controvertido género descendiente de las radionovelas estilo folletín que también se había inventado en Cuba.

Tanto la propia televisión como la prensa en general, al describir el megacursi espectáculo ofrecido en honor a los “cinco héroes” —un grupo de espías atrapados en Estados Unidos con las manos en la masa y que en los últimos quince años han servido al castrismo como campaña ideológica global— no sólo borró las demandas cantadas de Carcassés, sino que lo borró a él mismo del recuento, como si Interactivo nunca hubiese participado del evento. Ésa es la tónica general de la televisión cubana: filtrar información y darla ya masticadita a una población que, casi en exclusiva, habrá de consumirla.

La televisión cubana fue pionera en el área, y una de las primeras en el mundo. Nacida en 1950, ya para el triunfo de los barbudos contaba con una década de experiencia reconocida internacionalmente, con aportes tan significativos como la telenovela, ese controvertido género descendiente de las radionovelas estilo folletín que también se había inventado en Cuba (La serpiente roja, 1937), y un sistema privado de transmisiones abiertas de corte comercial, similar al que todavía funciona en casi todo el mundo.

La llegada de Fidel Castro al poder tardó pocos años en desactivar el concepto y convertir a la televisión nacional en “un arma de la revolución”. Nacionalizada el 6 de agosto de 1960, los tres canales existentes (CMQ, Unión Radio y Telemundo) pasaron a formar parte del Instituto Cubano de Radiodifusión (ICR), posteriormente renombrado Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), transmitiendo durante unos cuarenta años por sólo dos canales (6 y 2, más tarde bautizados Cubavisión y Tele Rebelde, respectivamente), apenas unas horas diarias (un par de horas al mediodía, y luego entre las seis y las doce de la noche), una programación que buscaba apuntalar los pilares de la ideología comunista mediante espacios que, de una u otra manera, eran regulados por una dirección partidista estricta e inquisidora.

La “autonomía” informativa

Para los años noventa ya el ICRT había sido amoldado como luce en la actualidad. Un “organismo central”, situado en el viejo edificio de CMQ, en la esquina capitalina de 23 y M, comandaba la producción y las transmisiones de toda la red comunicacional televisiva, incluyendo los telecentros provinciales (especie de corresponsalías menores con programación reducida de tema local), y decidía, mediante divisiones (o redacciones) que se supeditaban a la dirección central, todo cuanto debía o no aparecer en las pantallas. La excepción era el cuarto piso, el de las oficinas y estudios del Sistema Informativo.

Un “organismo central” comandaba la producción y las transmisiones de toda la red comunicacional televisiva, incluyendo los telecentros provinciales, y decidía, mediante divisiones (o redacciones) que se supeditaban a la dirección central, todo cuanto debía o no aparecer en las pantallas.

El presidente del ICRT controla la producción y transmisión de divisiones como la de dramatizados, programas musicales, habituales o infantiles, pero sin la menor jurisdicción sobre los espacios informativos. Este bloque, aun formando parte del edificio central y pertenecer sus trabajadores a la nómina de la televisión, funciona bajo la expresa dirección del Consejo de Estado.

 

Los actores Alejandro Socorro y Rachel Cruz en la telenovela cubana Juventud rebelde.

Los actores Alejandro Socorro y Rachel Cruz en la telenovela cubana Juventud rebelde.

Aun cuando el aparato general actúa cautelosamente en tanto no se hace posible, en programas de entretenimiento, dejar pasar críticas abiertas al régimen, el gobierno siempre tuvo el cuidado de mantener mucho más corta la cadena al cuello de los espacios informativos. Lo que cada día se informa por los noticieros y boletines pasa antes por un filtro minucioso en el que los acontecimientos nacionales e internacionales se decantan según el patrón ideológico del gobierno. Es común que las emisiones del noticiero lleven a la audiencia los horrores del mundo exterior y al mismo tiempo sean siempre complacientes y triunfalistas para mostrar la realidad interna. El mundo siempre está muy mal y nosotros los cubanos vivimos en un oasis de justicia que, si bien puede haber tenido sus, por así decirlo, errorcillos, sigue siendo un modelo de equilibrio social que la humanidad debería imitar. Los Estados Unidos son una jungla tenebrosa, la culpa de la debacle económica siempre la tendrá el bloqueo imperialista y la cosecha de la papa siempre tendrá números amigables que vaticinen su rotundo éxito. Así de simple.

Los valores socialistas

En épocas en que las películas estadounidenses eran llevadas a su mínima expresión, que no conocíamos la existencia de muchas series clásicas de la televisión en inglés y la parrilla se alimentaba con películas y animados soviéticos, todavía se transmitía al mediodía un espacio llamado Cine del Ayer, con producciones mexicanas, argentinas o españolas de los años cuarenta y cincuenta, por el canal 2. Los jubilados podían sentarse un rato a revivir sus buenos tiempos, reírse con Cantinflas o llorar con Sarita Montiel… hasta que algún funcionario determinó que los años de oro del cine mexicano eran perjudiciales para el hombre nuevo, que los valores que transmitía aquella cinematografía no eran compatibles con la moral revolucionaria. Las abuelitas perdieron sus viejas películas del mediodía y por largos años tuvieron que conformarse con las radionovelas de Radio Progreso para entretener sus tardes.

Los jubilados podían sentarse un rato a revivir sus buenos tiempos, reírse con Cantinflas o llorar con Sarita Montiel… hasta que algún funcionario determinó que los años de oro del cine mexicano eran perjudiciales para el hombre nuevo, que los valores que transmitía aquella cinematografía no eran compatibles con la moral revolucionaria.

Los dirigentes entendían que siempre era mejor una película sobre la Revolución de Octubre o la Gran Guerra Patria, incluso si era aburrida a matarse, que un filme estadounidense. Para el año 94 en alguna reunión importante del partido comunista quedó plasmado con fuerza el airado reclamo de cierto delegado, de que en la televisión cubana había demasiados desnudos y demasiada violencia. Una moral de raíces católicas se daba la mano con los parámetros estalinistas, y por unos meses el ICRT no tuvo más remedio que suspender las películas de acción estadounidenses (esperadas toda la semana por el público medio en el espacio La película del sábado), tanto como los pezones y las nalgas, siendo la audiencia sometida a un experimento en el cual el cine serie B, o las más o menos aceptables películas con disparos, persecuciones de carros o peleas, fueron sacadas de circulación. Sólo fueron autorizados a transmitir dramas y comedias románticas inocentes.

De más está decir que el esquema no perduró. Los hambreados cubanos de mediados de los noventa necesitaban unas cuantas películas de patadas y explosiones de carros para resistir los embates de la crisis económica. El pan y el circo le ganó la batalla a la moralidad clerical-comunista y los compañeros del partido tuvieron que rectificar su peregrina decisión.

Pero con otros temas se mantuvieron en sus trece. Tarzán, Batman, Spiderman, Superman y demás héroes estadounidenses estuvieron fuera de las pantallas durante décadas, considerados ejemplos nocivos de la cultura yanqui, íconos del imperialismo. Reivindicados en los noventa, a regañadientes, ya a mediados de los ochenta el presentador y crítico de cine Mario Rodríguez Alemán trató de hacer un ciclo “Tarzán-Superman” en su programa Tanda del Domingo, presentando a un público “ideológicamente educado” esta parte del cine con sus “defectos” y “contenido reaccionario”, como muestra de la cultura cinematográfica del enemigo para su respectivo análisis marxista. Su idea no prosperó, no fue autorizado a ir más allá de Star Wars, y tuvimos que esperar a que Eduardo Galeano proyectase, unos quince años más tarde, en Historia del Cine, aquellas escenas en blanco y negro del Rey de los Monos, ya ingenuas y avejentadas.

La producción nacional en los setenta, por su parte, se cuidaba de alternar obras universales, en el espacio La Novela, con adaptaciones de clásicos como El rojo y el negro, de Stendhal, transmitida lunes, miércoles y viernes, con Horizontes, los martes y jueves, otro espacio para novela de temática nacional que, casi siempre escrita por Maité Vera, pronto fue catalogada en el choteo popular como “novela por sindicatos”, pues cada una se encargaba de un área obrera o campesina distinta, empezando la trama en los años cincuenta, la pobreza y las desigualdades, invariablemente con el momento épico del triunfo revolucionario que le devolvía la dignidad a sus personajes, para continuar, según los férreos patrones del realismo socialista, con ligeros conflictos domésticos en un mundo sin problemáticas sociales de fondo.

Cuarenta años después de nacionalizadas las televisoras aún estaba vigente una circular que prohibía el uso de “señor” y “señora” para dirigirse a alguien en los programas, con la orden estricta de emplear los términos “compañero” y “compañera”, más acordes con la mística igualitaria de la revolución.

Cuarenta años después de nacionalizadas las televisoras aún estaba vigente una circular que prohibía el uso de “señor” y “señora” para dirigirse a alguien en los programas, con la orden estricta de emplear los términos “compañero” y “compañera”, más acordes con la mística igualitaria de la revolución.

Otra característica clave de la televisión castrista fue la falta de comerciales, que desapareció hasta acostumbrar al cubano a ver los programas de un tirón, sin pausas para promover productos y servicios. Ello no significa ausencia de publicidad, sólo que ésta fue limitada a las cortinas entre programas y a temas de índole educativa, social o propaganda política. A excepción de la emisora Radio Taíno y Aerovisión,el canal de los aeropuertos, la publicidad comercial se mantuvo distante de la televisión hasta que, ya en septiembre de 2013, el canal Cubavisión Internacional (destinado a paquetes satelitales del extranjero y centros turísticos) recibe la autorización para incorporarla a su programación habitual.

La excepción, desde mediados de los noventa, fue la transmisión de los mundiales de fútbol, donde varias marcas ofrecían patrocinio y mostraban sus logos en los entretiempos, pero ello sólo subsistió hasta que el comandante en persona se dio cuenta y mandó a eliminarlos. “Si para transmitir el mundial hay que poner comerciales”, dijo iracundo, “pues entonces no habrá mundial…”

La finca de Fidel Castro

El dictador cubano asumió desde un principio que la televisión le pertenecía. Como hizo con todo dentro de la isla, según sus decisiones y caprichos podía intervenir, cambiar o aparecer en la pantalla a entero gusto. Hay que reconocer que en las primeras décadas de su gobierno un grueso de la población ansiaba, agradecía y seguía sus intervenciones, y que no les resultaba mayormente molesto que se interrumpiese el poco entretenimiento del día para escuchar los kilométricos mensajes del comandante. Pero tras la crisis que llevó a la isla a tocar fondo en una recesión brutal que el máximo líder llamó eufemísticamente “periodo especial”, ya no volvió jamás a ser lo mismo. La primera de las grandes campañas que se desató para distraer la atención de los problemas básicos que padecía el país, con la televisión como herramienta fundamental, fue la del regreso del niño Elián González. Ahí nació por orden suya el programa Mesa Redonda,que aún hoy mantiene su formato de panel con especialistas en diversas temáticas políticas que exponen, sin debate ni opiniones encontradas, aquello que al gobierno le interesa analizar y con las conclusiones que el gobierno necesita.

 

El "rescate" de Eliancito González.

El “rescate” de Eliancito González.

La Mesa Redonda, en el periodo de Elián González, fue la tribuna donde Fidel Castro lanzó su “Batalla de Ideas”, ésa que hoy se mantiene con la campaña que siguió a Elián, la de los cinco espías, y que en los años de la crisis económica más cruda podía extenderse durante muchas horas, sin considerar la programación y según los deseos del comandante en jefe. El gobernante acostumbraba a hablar sin límites y la parrilla de programas tenía que acomodarse a su capricho.

Una noche habló hasta la una de la madrugada, y al terminar preguntó a Randy Alonso (su edecán ideológico, director y moderador de la Mesa Redonda), qué estaba programado en pantalla una vez que él terminase. Le respondieron que se pasaría la novela, luego el noticiero y después se cerraría el canal. Castro lo pensó un momento y dijo: “No, nada de novela, que la gente tiene que trabajar mañana; pongan el noticiero y a dormir”… Quienes se quedaron despiertos para ver el esperado episodio de la novela brasileña del momento quedaron con un palmo de narices, pero no había nada que hacer. Fidel Castro era el dueño de la finca.

Castro lo pensó un momento y dijo: “No, nada de novela, que la gente tiene que trabajar mañana; pongan el noticiero y a dormir”… Quienes se quedaron despiertos para ver el esperado episodio de la novela brasileña del momento quedaron con un palmo de narices.

Su enfermedad posterior eliminó aquellas interminables intervenciones en la televisión. Su hermano Raúl, sucesor del trono, nunca fue tan retórico, y la gente pudo al menos agradecer la suspensión de aquellos largos eventos discursivos. Aunque su heredero espiritual, Hugo Chávez, sí extendió esta costumbre en su predio venezolano mientras estuvo en condiciones de hacerlo, y actualmente el Juan Sin Tierra de Caracas, el inepto Nicolás Maduro, hace lo posible no sólo por eliminar cada canal opositor y centralizar la información, fiel al modelo cubano, sino que, por ejemplo, imita a su viejo ídolo cuando ordena pasar por cadena nacional el filme de Malcolm X luego de que un adulón en un mitin le dijo que se parecía al líder afroamericano, o cuando programó La Terminal, a raíz del caso Snowden. La tentación de ser el dueño de todos los televisores de la nación parece ser un sueño en aquellos que, como Fidel Castro, aspiran a ser también dueños de cada televidente.

El nuevo siglo

Para comienzos del 2000, y ya incorporados al aire los sosos Canal Educativo y Canal Educativo 2, la anémica programación que durante décadas había limitado el entretenimiento a unas cuantas horas, con unas cuatro o cinco películas semanales y apagando la señal al filo de la medianoche, dejaba demasiado margen a los nacientes bancos clandestinos de vídeo y antenas satelitales igualmente perseguidas. La cúpula del partido comunista entendió que la gente estaba viendo más VHS que televisión y mandó a aumentar la oferta.

Los cubanos llevaban años viendo copias de El Show de Cristina, Sábado Gigante yPrimer Impacto, del canal miamense Univisión, y rentando películas piratas a diestra y siniestra. Ello no era precisamente saludable para la vieja moral socialista, así que la ya larga tradición de pirateo oficial se extendió, primero para alargar a 24 horas las transmisiones de Cubavisión, dar más volumen al Canal Habana (sucesor del telecentro habanero CHTV), dejar que se viese Telesur sin cortes y, en 2008, crear Multivisión, con series y películas enlatadas.

Para que el monopolio de la televisión abierta oficial pudiera mantenerse, aun en un territorio donde no hay TV de paga por cable y la satelital virtualmente tampoco existe, era necesario expandirse. Para los dirigentes, aun cuando resulta un mecanismo extremadamente costoso —siendo toda la producción subvencionada por el Estado— las pérdidas son menores si se le mira desde el punto de vista de que no pagan un centavo por la exhibición de programas estadounidenses, los más socorridos. El embargo justifica y facilita este habitual pirateo de sus señales y productos, sin consecuencias. La empresa RTV Comercial se encarga de comprar a países como Argentina, Brasil, México o España y de vender lo que puede de la rica pero tecnológicamente atrasada producción nacional.

El dique

Esa televisión construida como dique para contener las ansias de expresión es manejada con extremo cuidado. Sus creadores saben hasta dónde se puede tensar la cuerda de la crítica social, y si bien en los últimos años la sátira en shows humorísticos ha accedido a planos nunca antes vistos, no menos cierto es que jamás se ha llegado a nombrar directamente los males de la nación y sus directos responsables. Se puede criticar males sociales y a funcionarios intermedios, vapulear defectos del sistema con una sordidez que hubiese sido impensable diez años atrás, pero aún nadie se atreve a jugar con el mono más allá de la cadena, nadie se atreve a señalar con el dedo a quienes han guiado al país al abismo financiero, ni siquiera se puede bromear con los aliados Corea del Norte, Siria o Venezuela. Hacerlo no llevaría a parte alguna, pues cada programa grabado transita varios escalones de censura y una manifestación cívica en vivo redundaría, como lo fue en el caso del músico Roberto Carcassés en la Tribuna Antimperialista, en un inmediato retiro de la programación por radio y TV, y también de todos los escenarios estatales.

Ni la sanción laboral a Carcassés, como castigo al desliz, ni la posterior rectificación a cuenta de la presión internacional fueron mostradas en la televisión nacional. Como si nada hubiese ocurrido.

En ese caso puntual, el agujero del dique ha sido cubierto de manera expedita con cemento de producción nacional, de baja calidad, pero de seguro aguantará el tiempo suficiente como para calmar las inquietudes que pudo haber despertado en aquellos que, azorados, pudieron escuchar en sus pantallas al director de Interactivo pidiendo libertad para la información y elecciones libres. Ni la sanción laboral a Carcassés, como castigo al desliz, ni la posterior rectificación a cuenta de la presión internacional fueron mostradas en la televisión nacional. Como si nada hubiese ocurrido.

Muy a pesar de que, con toda seguridad, las autoridades extremarán en lo adelante las medidas en sus shows propagandísticos en vivo, que ya nadie podrá tomar un micrófono en cadena nacional sin antes garantizar lo que va a decir, o bien se impondrá el playbackcomo norma obligatoria, todo parece indicar que el dique comenzó a resquebrajarse, y que no tardará demasiado tiempo en reventar, al menos parcialmente.

La televisión, como el resto de los elementos que conforman la sociedad, se rige por sus propias reglas evolutivas. Cuba ha estado durante mucho tiempo aislada de la historia, y también de la moderna industria televisiva, no así, como ocurre con el resto de las artes nacionales, de su universo artístico. Sus mejores creadores son tan buenos como en cualquier parte, pero la maquinaria de la producción televisiva ha quedado en el mismo agujero negro que las demás industrias. Devolverla a la realidad —buena, regular o mala— de la televisión contemporánea sólo será posible cuando el dique que la contiene, que la censura y la mutila a nombre de intereses ideológicos ya momificados, termine de volar en pedazos y su renovada libertad plantee también nuevos retos y nuevas contradicciones.

 

Wichy García Fuentes (La Habana, 1967) es escritor y director escénico cubano residente en Sonora, México. Periodista independiente, graduado del Instituto Superior de Arte de La Habana

 

Publicado originalmente en Revista Replicante