Juan Guerrero: Iglesia y Estado

A los venezolanos nos ha costado sangre, sudor y lágrimas establecer un Estado republicano, democrático y profundamente laico. A inicios del siglo XIX Juan Germán Roscio (1763-1821), una de las mentes más avanzadas y brillantes de la gesta de Independencia, escribía su célebre arenga El triunfo de la libertad sobre el despotismo (1817) para deslindar el papel que por tres siglos ejercía la monarquía imperial española, a través del rey como representante de Dios en la tierra, para imponer su sistema político despótico.

Este despotismo ejercido por el monarca español, que se declaraba representante de Dios, fue reflexionado por Roscio para adelantar una teología de la independencia. Pudiéramos afirmar que fue un adelantado en esto de la teología de la liberación latinoamericana.

No olvidemos que uno de los grupos más feroces contra los partidarios de una nueva patria, fueron los curas católicos quienes desde los púlpitos arengaban a la población para que se abstuvieran de apoyar la causa de la independencia, usando como excusa el carácter divino del rey Fernando VII. La relación simbólica rey-Dios era visto de manera normal entre los creyentes, razón por la cual estar contra el rey era poco menos que ser un hereje, un pecador y por tanto, sujeto de desprecio y exclusión.





La interpretación de un nuevo orden social, político y religioso presentado por Roscio, donde el pueblo comenzaba a asumir su propio destino histórico, se materializa años después con la presencia de Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) quien separa la influencia de la Iglesia católica en la vida del Estado venezolano. Establece el matrimonio civil (1873) como pieza fundamental de la laicidad, así como también los registros civiles parroquiales les son arrebatados al clero, entre otros logros que repliegan a la iglesia y los demás credos a un papel secundario dentro de la sociedad nacional.

Tan graves fueron estos conflictos con la Iglesia Católica que el Ilustre Americano amenazó cortar lazos con la Santa Sede y establecer una Iglesia Nacional, donde el primer mandatario y jefe de Estado sería la cabeza de esta nueva iglesia. Fue esto lo que obligó al papa Pío IX a ceder y destituir a los jerarcas católicos nacionales por otros más dóciles.

Sin embargo, y si bien los bienes de los religiosos fueron confiscados y algunas iglesias, conventos, ermitas y monasterios destruidos o convertidos en centros de enseñanza o espacios para la civilidad, la mentalidad clerical del Estado no fue separada definitivamente si no hasta bien entrado el siglo XX, con la participación de manera masiva, de la población a los centros educativos donde la enseñanza pública acentuaba la visión laica del Estado.

El pensamiento laico es inherente a la democracia y al estado liberal y republicano. Es garantía para la convivencia pacífica entre los ciudadanos.

Todos estos avances y logros de la civilidad y laicidad en Venezuela, que garantizan la libertad de pensamiento al no estar sujeta a norma moral religiosa, se están viendo resentidos por estos años, cuando presenciamos una arremetida de las creencias y prácticas religiosas del catolicismo, protestantismo y del pensamiento sincrético ancestral en el funcionamiento del Estado nacional.

Así como en otros espacios de la vida nacional se observan peligrosas intromisiones, como la mentalidad militarista y del autoritarismo, sea por civiles o militares, en decisiones de Estado. Utilizar imágenes de santos, cristos, beatos, ánimas y demás divinidades, es correr el riesgo de volver a tener dentro del Estado a la moralidad religiosa, sea de cualquier signo, entrometida en el pensamiento tradicional laico del venezolano.

Las prácticas religiosas son cuestiones privadas que deben estar circunscritas a espacios determinados, y esto porque ellas se orientan por creencias de fe (obviamente respetadas) soportadas ancestralmente por la subjetividad, que tiende a ser supersticiosa, ortodoxa y fanática. Y en el caso del militarismo y autoritarismo, marcadas por la homofobia.

Respetamos la visión religiosa de todo ciudadano. Pero cuando uno de ellos, cabeza del gobierno y del Estado –así sea como encargado- se dice seguidor del maestro Sai Baba o que sintió como un pájaro le susurraba al oído para darle consejos. O cuando los seguidores del otro opositor, reparten estampitas con el rostro de un cristo ensangrentado, tenemos que temer lo peor.

Ciertamente que para superar estas mentalidades que nos retrotraen a la superchería, superstición y el atraso mental, debemos insistir en los procesos educativos marcados por la práctica de la civilidad y los rasgos más nobles de los venezolanos: su apego a la libertad de pensamiento, sea político como religioso, pero dentro de los espacios de la pureza del alma que busca en el Otro-diferente a un semejante y con él es solidario, ético y amoroso.

(*) camilodeasis@hotmail.com  /  @camilodeasis